domingo, 28 de noviembre de 2010

PROGRAMA Nº 36 27/11/10

APERTURA

LA HISTORIA SIN FIN


por Julio Guerrieri


Esa fría noche de los años veinte el arriero de mulas que pretendía a una dama del observatorio, notó que los espectros de luz de las nebulosas que fotografiaba estaban desplazados hacia el lado del color rojo. Diez años antes un joven científico alemán hacía cálculos para saber si el Universo era abierto ó cerrado é incluía un número para que sus cuentas cerraran. En la década de los sesenta, un ingeniero y un físico de una compañía de teléfonos encontraron el eco suave y aún vibrante de todo. En los años noventa, dos grupos de astrónomos en forma independiente analizaron la luz absoluta de supernovas en galaxias muy distantes y descubrieron algo muy extraño y casi increíble: todo lo que se veía en el borde del Universo se alejaba cada vez más rápido. Ésta es la historia de nuestro Cosmos. Y la conocemos bastante bien, de la misma manera al método utilizado por los detectives para investigar un caso policial. Se da por un hecho que todo comenzó en una singularidad; un punto sin tamaño y sin tiempo que comenzó a crecer estrepitosamente y que en nuestros días continúa cada vez en forma más desenfrenada. ¿Qué más podemos pedir? Sabemos más ó menos bastante del Universo que nos vio nacer. Seguramente otras civilizaciones extraterrestres más avanzadas que la nuestra y por ahora no contactadas sabrán muchas cosas más. Tendrán detalles que nosotros desconocemos y si alguna vez establecemos un diálogo, deberemos seleccionar muy bien las preguntas. Mientras tanto, otro dato viene a ocupar su lugar en la historia cósmica que unifica en cierta manera dos concepciones humanas distintas y aparentemente irreconciliables a lo largo de miles de años terrestres: las geometrías de Euclides y de Einstein parecen darse la mano cada una en el lugar que le cabe en el inconmensurable Cosmos. Bienvenidos al 36º programa de “EL TERCER PLANETA” y gracias por estar.

EXPERIMENTOS EN LA RADIO:

"La primera ley de Newton"





RELATOS CON VALOR AGREGADO:

Antykithera

Fuentes: Blog Eureka y Dogma Cero
Adaptación: Sergio O Rubinetti

Es una pequeña isla situada en el Mar Egeo, entre la península del Peloponeso y Creta, y no muy lejos de la isla de Santorín. En esa zona del Mediterráneo oriental, hace más de un siglo, en el mes de marzo del año 1900, unos pescadores de esponjas griegos de la isla de Syme, hallaron los restos de un naufragio que debió de haberse producido muchos siglos atrás. Por la zona en que se encontró -exactamente a 35º 52’ 30 “ de latitud Norte y 23º 18’ 35” longitud Este, a 40 metros de profundidad- el hallazgo se produjo casi por casualidad, ya que las rutas marítimas que utilizaban los pescadores pasaba cerca de las costas de Citeres, algo más al norte. Fue un breve temporal lo que desvió a los pescadores hasta la bahía de Pinakakia, en aquella isla.


El capitán, Demetrio Condos decidió entonces buscar refugio en el puerto de Potamos, al norte de la misma, protegido por el cabo Glyphalda, en donde halló aguas relativamente tranquilas. Durante varios días estuvo la embarcación amarrada a ese puerto pues la tempestad no amainaba. Para tener ocupada a su tripulación, el capitán decidió que sus buzos se sumergieran en busca de esponjas, en una zona cercana al cabo Glyphalda, en la citada bahía. Fue en esta zona en donde Elías Stadiatis, uno de los buzos que integraban la tripulación, descubrió los restos de un naufragio: restos de un barco antiguo, estatuas, ánforas etc. No pudiendo creer lo que le contaba ese hombre, fue el propio capitán el que, colocándose el traje y la escafandra decidió sumergirse para confirmar el hallazgo. A los pocos minutos, subía de nuevo a la superficie llevando lo que parecía una mano de metal. En efecto, había encontrado los restos del naufragio de una antigua galera romana, que llevaría hundida casi dos mil años.Antes de dar parte de su hallazgo a las autoridades, Condos y sus hombres, sacaron del mar todo lo que pudieron para posteriormente venderlo en el mercado negro de antigüedades muy floreciente en la zona. Posteriormente Demetrio Condos, de común acuerdo con los hermanos Lyndiakos, propietarios de la embarcación, decidieron dar parte de su hallazgo. Intervino la marina griega que durante nueve meses (desde finales de noviembre de 1900 hasta septiembre de 1901) realizó los trabajos de recuperación de los restos del navío hundido y cuantas antigüedades pudieron ser halladas, quedaron depositadas en el Museo Nacional de Atenas. La zona no volvería a ser explorada hasta 1953 cuando Jacques Cousteau se interesó por el asunto. No fue hasta una año después de haber finalizado los trabajos de recuperación cuando, el 17 de mayo de 1902, un arqueólogo del Museo Nacional de Atenas, Valerio Stais, dedicado a la tarea de clasificar los restos del naufragio, entre los que se consideraban los restos de una estatua que habían sido apartados para intentar su posterior reconstrucción, descubrió una pieza de bronce corroído por el óxido y que hasta entonces se hallaba recubierto por una sustancia calcárea que, al partirse en dos, dejó al descubierto lo que parecía un engranaje que recordaba una pieza de relojería. Parecía un complejo mecanismo cuyo uso no alcanzaba averiguar. Sorprendido, decidió observar en detalle el raro objeto y pudo comprobar la existencia de unas señales que parecían signos zodiacales. Por otro lado, las inscripciones mejor conservadas correspondían a un parapegma o calendario muy parecidos al de Géminos de Rodas, del año 77 AC. Quedaba pues claro que estaba ante los restos de algún mecanismo cuya finalidad era el cálculo del tiempo. En otras palabras: un reloj mecánico. En principio la pieza estaba totalmente fuera de tiempo pues el naufragio del que procedía se produjo en el año 83 AC y en esa época no existía algo parecido a un moderno reloj o a algún tipo de calculador astronómico. En efecto, la civilización grecorromana de la época empleaba, según todos los historiadores, el reloj de arena o el cuadrante solar. Como no había error en cuanto a la datación de los restos del naufragio: hacia el siglo I AC, Stais decidió comunicar su hallazgo y el mismo fue tomado con escepticismo, cuando no con burla por la comunidad académica. La evidencia histórica acumulada demostraba sin lugar a dudas que no era posible la existencia de un mecanismo como ese hace dos mil años. Así pues, la única explicación posible era que, de alguna forma desconocida, un reloj mucho más moderno hubiera sido arrojado al mar en fechas más recientes yendo a caer entre los restos del naufragio. Esa y no otra debía ser la explicación al extraño hallazgo.No fue hasta 1951 cuando Derek De Solla Price, profesor de Historia de la Ciencia de la Universidad de Yale, se interesó de nuevo por el tema y viajó hasta Atenas en donde pudo reiniciar los estudios sobre el extraño artefacto, con la ayuda del epigrafista griego Jorge Stamires, revisó una serie de piezas, algunas de la cuales habían sido cuidadosamente limpiadas por los técnicos del museo y bien conservadas, lo que facilitaba su estudio, pero otras, sin embargo estaban en un estado penoso. En 1959 el resultado de estas investigaciones fue publicado en la revista Scientific American y en el mismo quedaba claro que la máquina de Antikythera, nombre que corresponde al lugar donde fue descubierta, era una verdadera calculadora. Quizás a lo que más se parecía aquel aparato era a una especie de reloj astronómico dado que moviendo las ruedas dentadas se puede obtener información acerca a las fases de la Luna y la posición del Sol y los planetas. El aparato originariamente tendría unas dimensiones de 32x16x8 cm, con dos cuadrantes, uno delante y otro detrás. En la parte delantera se podían observar dos círculos, uno fijo en el que se hallaban grabados los signos del zodiaco y otro móvil que vendría a representar los meses del año. Una aguja indicaba la posición del Sol. Otra aguja indicaba unas letras grabadas sobre una placa que indicaban la salida y la puesta de las constelaciones y de las estrellas más visibles de nuestro firmamento. Un gran eje que atraviesa el aparato sostiene una gran rueda dentada que, asimismo, da movimiento a otros engranajes más pequeños. De Solla llegó a la conclusión de que el reloj había sido puesto en hora por última vez en el año 86 AC, lo que se desprende de la posición relativa de los cuadrantes solares. Así pues, es lógico concluir que la máquina habría sido construida aproximadamente en esa fecha. Es curioso porque, como señalan algunos autores, ese año fue especialmente interesante desde un punto de vista astronómico: hubo una conjunción en Géminis de Mercurio con Venus, otra de Venus y Júpiter y una de Júpiter y Saturno, estas dos últimas en Cáncer, otra del Sol y Mercurio y una de Venus y Marte. En 1971, el Dr. Karakaos, con el apoyo de la comisión griega para la energía atómica y siguiendo las recomendaciones que en su día hiciera el profesor De Solla, procedió a radiografiar los diversos fragmentos con el fin de apreciar mejor su forma y diseño. Gracias a este trabajo se pudo ver como los engranajes se habían conservado en buen estado. En el ámbito de esta nueva investigación, salieron a la luz nuevos fragmentos que no habían sido considerados inicialmente. Uno de ellos resultó ser de vital importancia ya que la radiografía del mismo demostró que tenía 63 dientes y gracias al cual se ha podido reconstruir el resto de los engranajes. La máquina fue troquelada en una sola y única pieza de bronce de unos dos milímetros de espesor. Todos los dientes de las ruedas están modelados en un ángulo de 60º, haciendo posible que las diversas ruedas se acoplen unas a otras. Además, la máquina en cuestión fue reparada en no menos de dos ocasiones, incluyendo la soldadura de uno de los dientes, que habría sido sustituido por otro. Lo realmente impresionante es que para construir unas piezas dentadas de tal exactitud parece necesaria la intervención de máquinas y herramientas de alta precisión. Así pues, podemos afirmar que la máquina de Antikythera, con sus 32 engranajes arreglados en un complejo tren diferencial, es con toda probabilidad el mecanismo complejo más antiguo del que se tiene noticias. El antecedente más próximo de este mecanismo seria el astrolabio, que era un instrumento utilizado para medir la posición de los astros. El primer astrónomo que utilizó el astrolabio fue el griego Hiparco de Nicea, pero el origen de este invento hay que buscarlo en la antigua Alejandría y eso nos pondría sobre la “pista egipcia” de la máquina de Antikythera, Para construir una máquina de las características cuya finalidad clara era la medición de ciclos astronómicos es necesario tener unos sólidos conocimientos de astronomía, geometría y matemáticas. Los egipcios, empleaban el año sotiaco que constaba de 365,2507 días ideal para la construcción de calculadores astronómicos pues con tan solo 4 de estos años (ciclos) conseguimos un número exacto de días: 1.461 que representan 49,474 meses lunares sinodicos. Para conseguir un número exacto de días, meses y años simultáneamente, precisaríamos de un ciclo 19 veces mayor y con ello obtendríamos 27.759 días, 940 meses lunares y 76 años sotiacos: las tres, tres cifras exactas. Este “supe ciclo sotiaco” es, precisamente, en el que se basa la máquina de Antikythera lo que de forma irremediable nos obliga a relacionar su origen con los conocimientos de los antiguos egipcios.Llegados a este punto, surgen preguntas e hipótesis 1.- ¿Tenían los antiguos griegos conocimientos científicos suficientes para diseñar una máquina compleja como ésta? La respuesta es SÍ. 2.- ¿Tenían los antiguos griegos el desarrollo tecnológico necesario para la construcción de la máquina de Antikythera?. En principio, no. La máquina de Antikythera, no es un objeto aislado. Hay otros, en otros lugares y en otras civilizaciones: como las llamada Batería de Bagdad (datada alrededor del 240 AC) o como la Lente de Layard (sobre el 700 AC) o como las inexplicables perforaciones de la Pirámide de Sahure en Abussir (Egipto) cuya antigüedad se estima en unos 4300 años y que sólo pudieron realizarse mediante el empleo de máquinas homologables con nuestros modernos taladros pero cuyas puntas deberían tener una dureza imposible para la época… Lo cierto es que la máquina de Antikythera existe y que no solamente alguien la fabricó, sino que alguien tenía en el 83 AC conocimientos suficientes para usarla. Las hipótesis que pueden plantearse son: a.-Conocimiento heredado por cierta elite y no difundido, de una civilización seminal, tecnológicamente muy avanzada, que existió en los albores de la historia y que desapareció tras un cataclismo de proporciones gigantescas, cuyo eco nos ha llegado a través de mitos y leyendas. b.- La presencia de inteligencias no terrestres (en el sentido más amplio del término) que habrían entrado en contacto con individuos seleccionados, a los que se les habría aleccionado en conocimientos científicos y técnicos avanzados. c.- Nuestros antepasados estaban en posesión de conocimientos y tecnologías, mas sofisticadas que las que muestran los restos arqueológicos que no se condicen con una sociedad desarrollada acorde a esos supuestos conocimientos, aunque la ausencia de la evidencia, no es la evidencia de la ausencia. En definitiva, estamos ante una máquina de gran complejidad cuyo fin debía ser el cálculo astronómico y que habría requerido de grandes conocimientos astronómicos, matemáticos y técnicos para su construcción y correcto funcionamiento, conocimientos que, en principio, los historiadores vienen negando a la ciencia de aquella época, pero hay un periodo de la Grecia clásica cuya información nos ha llegado a través de copias realizadas por otras culturas posteriores, en el cual se desarrollo una revolución olvidada durante 2000 años, que cambió por completo nuestra forma de ver el Universo. Ese periodo sobre el cual hablaremos en el próximo programa, puede explicar la existencia de Antykhitera.

Una reconstrucción de Antykithera



OBSERVAR EL CIELO A TRAVEZ DE LA RADIO:

Invitamos a todos a observar la estrella Betelgeuse (Alfa Orion) y Aldebaran (Alfa del Tauro), dos rojas con magnitudes muy cercanas. ¿Cual es la de mayor magnitud? vamos salga al patio o su terraza y observe el ciel, que aun, es gratis




EL LIBRO "EL SOL DE HIERRO" de Adrian Berry, Plaza y Janes, 240 págs.


Un estudio sobre el futuro del género humano para poblar la galaxia de la Vía Láctea.

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