domingo, 5 de diciembre de 2010

PROGRAMA Nº 37 04/12/10

APERTURA

LA ADAPTABILIDAD DE LA VIDA

Por Julio Guerrieri

El tercer planeta se ve de color azul desde el espacio. Si se analiza su luz con instrumentos pronto se sabe que su atmósfera contiene más del veinte por ciento de oxígeno; un gas muy esencial para la oxidación de los metabolismos de los seres vivos. Más de cerca, la Tierra se muestra repleta de vida. Desde animales y plantas unicelulares hasta grandes cetáceos, todos los seres vivos tienen algo en común: el ADN. Éste es un cordón de miles de millones de átomos encadenados de una forma precisa para cada especie en particular. Es un código cifrado con las instrucciones de la vida, formas, funciones, colores y tamaños, todo está allí. Sabemos bastante bien sobre la estructura del ADN en la Tierra. Carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno son la base de la vida. Hay también otros elementos en menor cantidad pero esenciales: Hierro, zinc, cobre, magnesio, calcio, manganeso, potasio, selenio, molibdeno, cromo y fósforo. El fósforo sirve para la función muscular, el sistema nervioso, la fotosíntesis, el metabolismo y la transferencia de energía.

La exobiología es la rama interdisciplinaria de la Ciencia que trata modelos de formas de vida fuera de la Tierra.

Hace pocas horas se descubrió un organismo unicelular que metaboliza arsénico en lugar de fósforo. El arsénico es un veneno muy poderoso para todas las formas de vida conocidas, hasta ahora . . . Un nuevo capítulo se abre en la investigación científica para la búsqueda de vida más allá del planeta azul.

Bienvenidos al 37º programa de EL TERCER PLANETA y gracias por estar.

EL EXPERIMENTO:

"El barco en el mar y en el dique"

Pregunta

La figura (a) muestra un barco en alta mar. Supongamos que pesa 50.000 Tn. En (b) vemos el mismo barco introducido en un dique seco de la misma forma que el barco, pero un poco mayor y lleno de agua. A medida que el barco desciende en el dique se va expulsando agua de éste hasta que solo queda una delgada capa de agua entre el casco y las paredes del dique.
¿Flotara el barco en esta fina capa de agua o se ira a tocar fondo expulsando el agua restante?





Repuesta:

El barco flotara. Este es una caso de paradoja hidrostática: La presión en cualquier punto del agua depende solo de la distancia vertical entre el punto y la superficie del agua. Es falsa nuestra tendencia natural a pensar que la presión hidrostática tiene algo que ver con el peso de agua contenida en el deposito. La presión sobre cualquier punto del casco del buque depende solo de su profundidad; el barco no advierte la diferencia entre estar rodeado por el océano o estar rodeado por una capa de agua de 1 cm. Si el dique contiene agua de mar, el nivel de agua permanecerá donde estaba en el mar.
El empuje horizontal sufrido por el casco tiende a aplastar el barco lo mismo en el dique que en el mar. Un barco que haya de navegar en un pequeño lago ha de tener la misma resistencia estructural que si lo hiciese por el océano (prescindiendo de los efectos de las olas de éste)


RELATOS CON VALOR AGREGADO:

"La revolucion olvidada" (The Forgotten Revolution)de Lucio Russo
Aritculo de : Daniel Marin (Astrofísico español)
Adaptacion: Sergio O Rubinetti


Hubo una revolución, olvidada durante dos mil años, una revolución que cambió por completo nuestra forma de ver el Universo y que sólo ahora empezamos a valorar en todo su esplendor. Y es que algo maravilloso ocurrió en las orillas del Mediterráneo oriental en el siglo III a.C: “El nacimiento del método científico”.
Todos hemos estudiado en el colegio lo importante y avanzada que fue la civilización grecorromana y cómo nos sentimos dignos herederos de esa cultura. Después, cuando uno empieza a interesarse por la historia de la ciencia, tomamos contacto con una sana dosis de relativismo cultural y aprendemos que Grecia y Roma no fueron ni mucho menos los únicos focos del saber y que otras culturas (China, Mesopotamia, Egipto...) contribuyeron de forma decisiva a las distintas ramas de la ciencia y la tecnología. Grecia y Roma no eran más que unas piezas normales del rompecabezas de la historia de la ciencia. No obstante, hay algo en este esquema simplista que no termina de cuadrar. Desde el punto de vista tecnológico, nadie duda que otras culturas consiguieron superar en varios aspectos los logros de la civilización clásica, pero por otro lado, desde el punto de vista científico muy pocas figuras prerrenacentistas pueden competir con los logros griegos. Pero la Grecia Clásica, precisamente la más estudiada en los libros de Historia, aunque destacaba por su filosofía y el uso de la razón como arma para desentrañar los misterios del mundo, no desarrolló un cuerpo de conocimientos científicos que la pusiese por delante de otras civilizaciones de forma clara. Fue en la época helenística cuando se produjo una explosión de creatividad científica y cuyos principales representantes nos son familiares a todos. Los nombres de Euclides, Aristarco, Arquímedes, Eratóstenes, Herófilo, Apolonio, Hiparco, Pappus, Ctesibio o Herón, por citar algunos, son famosos por sus grandes contribuciones a la ciencia que, en muchos casos, permanecerían insuperadas hasta el siglo XVIII. Si tenemos en cuenta que todos vivieron durante el relativamente breve periodo helenístico y que la mayor parte de sus obras no han sobrevivido el paso del tiempo (o han llegado hasta nosotros a través de copias romanas, árabes o bizantinas), podemos empezar a vislumbrar que algo realmente original tuvo que ocurrir en esta época.
Hasta ahora, nadie ha logrado explicar de forma satisfactoria qué pasó exactamente en este periodo y, en todo caso, muchos investigadores se limitaban a quitar importancia a la creatividad de estas figuras, presentándolos siempre como genios aislados y excéntricos sin ninguna o escasa conexión con el mundo en el que vivían. La aparición de un genio puede ser fortuita, pero para que surjan varias decenas deben darse unas condiciones socioculturales adecuadas. En este caso, el autor, Lucio Russo nos señala: La causa de esta explosión creativa fue la aparición del método científico por primera vez en la Historia. Cierto es que los científicos helenísticos entendían por ciencia algo distinto a lo que nosotros consideramos en la actualidad, pero hay que tener en cuenta que la definición moderna de la palabra ciencia (que como sabemos en latín significa simplemente "conocimiento"), así como la aplicación rigurosa de su método, son conceptos propios de los siglos XIX y XX, si consideramos que Arquímedes o Euclides no aplicaban el método científico (lo cual es cierto desde un punto de vista riguroso), tampoco lo hacían Galileo o Newton.
Russo dedica además buena parte del libro a desmontar los mitos asociados con la ciencia helenística y que han persistido hasta nuestros días:
"Las matemáticas y la ciencia griega estaban limitadas por una exclusiva visión geométrica que impedían los cálculos precisos": es curioso que se haga este reproche a Euclides o Arquímedes pero no a Galileo o a Newton. Efectivamente, si uno lee las obras originales de Galileo (no las reediciones actuales adaptadas), no nos encontraremos con las ecuaciones algebraicas que nos son familiares, sino con farragosas explicaciones, a veces metafísicas, que parecen ajenas al método científico. Incluso los Principia de Newton, más sofisticados en su armazón matemático, están sin embargo repletos de demostraciones geométricas. Aunque es cierto que la visión geométrica del Universo hunde sus raíces en la filosofía de la Grecia Clásica, a veces se olvida que en la época helenística el uso de modelos geométricos permitía realizar cálculos matemáticos precisos con la regla y el compás
"La ciencia griega carecía de conexión con la realidad": este mito se fundamenta en el papel contemplativo y aristócrata que tenía la filosofía durante la Grecia Clásica y el Imperio Romano. Sin embargo, está claro que es falso si lo aplicamos a la ciencia helenística. Aunque se realizaron investigaciones sin aplicaciones "prácticas", los logros de Arquímedes o Herón son un ejemplo de manual sobre el uso de conocimientos científicos para crear máquinas útiles.
"No existían instrumentos de precisión que permitiesen realizar experimentos fiables": los relojes helenísticos (clepsidras muy avanzadas) eran infinitamente más sofisticados que el bioreloj empleado por Galileo, el latido del corazón.
"Muchas máquinas griegas no eran más que juguetes": los mecanismos a vapor creados por Herón o los autómatas de la época son descritos como meras curiosidades técnicas creadas para el disfrute de la corte. Sin embargo, los bocetos de ingenios dibujados por Leonardo da Vinci (que nunca fueron construidos) se consideran "visiones futuristas de un genio". Curiosa desigualdad.
En realidad, todos estos mitos se han ido consolidando con el tiempo de forma más o menos consciente para evitar ofrecer una imagen demasiado "avanzada" del periodo helenístico. Los historiadores actuales, muy dados a caer en la trampa del relativismo cultural extremo, consideran imposible que los científicos helenísticos destacaran tan ampliamente frente a otros sabios de los periodos romano, musulmán o bizantino. Pero el caso es que lo hicieron, y eso que apenas han llegado hasta nosotros un puñado de obras y no podemos apreciar su contribución en todo su esplendor. Este bloqueo mental se ha producido también por la conexión automática que hoy en día hacemos entre ciencia y tecnología. Una ciencia muy avanzada implica para nosotros una tecnología igualmente desarrollada. Pero aunque esto es cierto en la actualidad, no lo fue en el pasado. El caso más destacado es el del Imperio Romano, donde no podemos hablar de "ciencia romana" propiamente dicha y no obstante se alcanzó un nivel tecnológico en algunas áreas (especialmente en lo relativo a la arquitectura) que sólo sería superado en Europa tras el Renacimiento. Aunque la ciencia helenística logró avances considerables y aplicaciones tecnológicas directas, esto no implica necesariamente que, de haber continuado a ese ritmo, en un par de siglos hubiésemos podido contemplar la creación un "ferrocarril ptolemaico" entre Alejandría y Asuán. La sociedad helenística era radicalmente distinta a la sociedad europea preindustrial y también lo era la relación entre ciencia y tecnología.
¿Y cuáles fueron pues las causas de la aparición de esta primera época dorada de la ciencia? Russo lo resume en el siguiente párrafo
A pesar de todos los logros de su cultura, los griegos de la época clásica estaban todavía detrás de los egipcios y mesopotámicos, desde el punto de vista tecnológico. Los griegos que se trasladaron a los nuevos reinos que surgieron de las conquistas de Alejandro tuvieron que administrar y controlar estas economías tecnológicamente más avanzadas con las cuales no estaban familiarizados; su única ventaja crucial y guía consistia en los métodos sofisticados de análisis racional desarrollada por la tradición cultural griega en los siglos anteriores. Es decir, se produjo una simbiosis perfecta entre los nuevos gobernantes de cultura griega (aunque de origen macedonio), que importaron nuevas formas de abordar los problemas científicos, y sociedades asiáticas (principalmente Mesopotamia y Egipto) muy ricas, avanzadas tecnológicamente y con una organización estatal altamente estructurada. El intenso comercio entre estos estados potenció además el surgimiento de grandes centros urbanos cosmopolitas como Alejandría o Pérgamo, fundamentales para el desarrollo de una ciencia avanzada. Sobre cómo pudo perderse esta tradición científica, Russo apunta (de forma un tanto vaga) a un culpable: Roma y su expansión por el Mediterráneo Oriental durante los siglos II-I a.C. Las guerras entre la República Romana y los estados helenísticos resultaron devastadoras para las sociedades que habían favorecido la aparición del método científico. Lo que no está tan claro es cómo posteriormente el Imperio Romano logró mantener un alto nivel tecnológico sin figuras científicas destacables (exceptuando a unos pocos individuos como Plinio, Galeno o Ptolomeo).
Los filósofos romanos, al igual que sus colegas medievales, desconocían el concepto de método científico pese a tener a su disposición las obras griegas. El ejemplo más claro es la explicación peregrina que nos ofrece Plinio sobre el archifamoso método de Eratóstenes para calcular la circunferencia de la Tierra:
Para Plinio o Colón el cálculo del tamaño de la Tierra por Eratóstenes era la obra de un genio, una autoridad de la Antigüedad que, de forma casi mágica, había logrado esta hazaña mediante una medida directa. Puesto que se trataba del resultado de una mente privilegiada, la repetición de la medida estaba fuera de lugar. Siguiendo con el ejemplo, nadie duda de la genialidad de Eratóstenes, pero si hay que matizar cómo realizó su famoso experimento. La leyenda transmitida hasta nosotros nos lo presenta como un genio excéntrico más del periodo, a semejanza de Arquímedes, que decide contratar a unos buenos hombres para que midan andando la distancia entre Alejandría y Siena, dato que sirve de base para su experimento (cuya versión simplificada fue relatada de forma magistral por Carl Sagan en Cosmos). En realidad, Eratóstenes usó la poderosa burocracia estatal ptolemaica, que censaba y medía (geometría) las tierras bajo su dominio de forma rutinaria, para recabar los datos que necesitaba. Ni Eratóstenes ni Arquímedes eran genios solitarios: formaban parte de una sociedad que promovía, defendía y divulgaba el conocimiento científico.
Tras el declive de la ciencia helenística, fragmentos de ésta se preservaron en forma escrita, lo que permitió su redescubrimiento por generaciones futuras. Russo habla de varios "Renacimientos científicos" durante los cuales volvió a crecer el interés por la ciencia helenística o, simplemente, por la ciencia. El primero de estos Renacimientos tuvo lugar durante la época imperial romana y el siguiente se produjo en la Persia musulmana de los siglos VIII y IX, bajo el Califato Abasí. Luego hubo que esperar al siglo XIII, cuando la Reconquista y el saqueo de Constantinopla durante la Cuarta Cruzada permitieron que los pensadores europeos entrasen en contacto por primera vez con manuscritos helenísticos que estaban en manos de musulmanes y bizantinos. Por último tendríamos el Renacimiento histórico propiamente dicho, que comenzó en el siglo XV.
En definitiva, The Forgotten Revolution nos introduce en las memorias de un mundo perdido. Un mundo basado en la búsqueda del conocimiento mediante el método científico que no se redujo a la famosa Biblioteca de Alejandría, sino que se extendió por todo el Mediterráneo Oriental durante cerca de dos siglos. Algunos volverán a repetir que no, que no es posible que la ciencia helenística alcanzase tales cotas de sofisticación. Pero entonces deberán explicar cómo es posible la existencia de maravillas como el Mecanismo de Antikythera

OBSERVAR EL CIELO A TARVES DE LA RADIO:

La propuesta de hoy, es la observación de dos lluvias de meteóros que tendran sus máximos los dias 6 y 7 del corriente en la posición indicada con los circulos rojos. Se denominan Pupidas II y Pupidas-Velidas, las mismas toman el nombre de la constelación donde se halla el radiante, punto de ingreso de los meteoritos. Si bien sus máximos respectivos estan en dias diferentes, es muy probable observar ingresos de ambas lluvias en el mismo día

Buenos cielos.....




EL LIBRO

"CIEN MIL MILLONES DE SOLES" de Rudolf Kippenhahn, Biblioteca Científica Salvat, 272 págs


¿Cuánto tiempo vivirá el Sol? ¿Cómo nacen las estrellas? ¿ Qué es una explosión se supernova? ¿Existen estrellas de rayos X? ¿Cómo podemos pesar a las estrellas? ¿Qué son las estrellas pulsantes? respuestas a estas preguntas y a muchas más nos brinda el profesor Kippenhahn en un excelente compendio de Astrofísica de alta divulgación.
Con varios apéndices excelentes, para el lector que quiera profundizar sobre distintos temas, Kippenhahn nos muestra una obra indispensable para el lector serio y para el divulgador como fuente de consulta permanente. Infaltable en la biblioteca.

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